Un año extraño, de esos que difícilmente podamos borrar de nuestra cabeza. Un año que me inspira a escribir todo esto. Lo vivido, lo que deje de vivir, lo inesperado, lo que ha modificado mis conductas, lo aprendido, lo irreparable, lo que me queda por componer y por sobre todas las cosas lo que ha constituido un sinfín de circunstancias que me obligaron a encarar mi vida de otra manera.
Terminaba 2019 y nos preparábamos para iniciar una nueva década, y como todo año nuevo, intentando renovar las esperanzas, con proyectos y planificando un año que nos posibilitara seguir creciendo y mejorando, pero en el medio pasaron cosas.
Pasó enero bajo sospecha, pero sin sobresaltos, llegó febrero con las vacaciones a cuestas y ya pensando en el comienzo del período escolar de mi hija, pero sin sobresaltos, más allá de alguna información que llegaba desde muy lejos. Y llegó marzo con más certezas que incertidumbres sobre lo que estaba pasando en el mundo y que ya veíamos más de cerca. El mundo se declaraba bajo pandemia, la escuela apenas abría sus puertas y nos tuvimos que recluir en nuestras casas sin tener certeza alguna de cuanto tiempo íbamos a tener que seguir de esa manera.
Y en marzo empezó a cambiar nuestra vida tal como la veníamos llevando, encerrados en nuestras casas, sin ni siquiera poder salir a la calle más que para hacer las compras esenciales, empecé a trabajar desde casa, porque tuve la fortuna de poder hacerlo, misma suerte que no tuvieron millones de personas que fueron agotando los recursos de los que disponían, quedándose sin trabajo e intentando reinventarse para poder subsistir.
La vida se fue transformando, día a día, donde el tiempo pasaba casi sin darnos cuenta. Nos preguntábamos si era martes o jueves, las horas y los días pasaban y no nos daban tregua, el encierro se hacía cada día más pesado, la incertidumbre crecía y con ella la ansiedad, los temores, extrañar a familiares y amistades, las salidas recreativas, todo se fue diluyendo. La pandemia nos fue consumiendo eso que siempre consideramos inalienable: la libertad.
Una nueva modalidad de trabajo se apoderó de quienes tuvieron la fortuna de poder seguir trabajando, y desde nuestra casa conectado remotamente a todo lo que alguna vez fue presencial. Una adaptación a algo casi nuevo e inesperado, que nos fue llevando a replantear la idea de que eso no estaba tan mal y que con algunas pequeñas modificaciones hasta quizás podría quedarse casi así, lo que nos daría una perspectiva diferente a lo que considerábamos hasta como “la oficina”.
Moverse fue casi imposible, solo si eras personal esencial tenías autorización para trasladarte a tu lugar de trabajo. El transporte público funcionaba con muchas restricciones, aunque se instaló rápidamente la idea de que viajar en tren, colectivo o subte era riesgoso para la salud por ser un ámbito propicio para la transmisión y propagación del Covid-19.
Las ciudades se fueron transformando, buscando adaptarse a una vida diferente, y mucha gente empezó a ver en la bicicleta una oportunidad única para moverse de forma tal de no exponerse en lugares cerrados para moverse de un lugar a otro, y eso motivó que los gobiernos empezaran a fijarse en cambiar la infraestructura urbana para brindarle a esa gente mayor comodidad y seguridad a la hora de moverse en bicicleta.
El “boom” de las bicicletas, se empezó a escuchar en muchos rincones del mundo. La bicicleta, algo tan simple y sencillo de usar que tuvo que esperar que el mundo se declarara en emergencia sanitaria para poder tener un lugar preponderante en cada rincón urbano donde miremos, y Buenos Aires no fue la excepción.
Quizás un poco abrumados por lo que estábamos viviendo, e intentando reorganizar los recursos humanos y económicos, pero lo cierto es que en Buenos Aires arrancamos tarde con esto empezar seriamente en recuperar el espacio público para las personas. Un espacio público necesario para moverse sin estar expuestos a la concentración masiva de personas en lugares cerrados. Espacios abiertos donde podamos movernos con mayor libertad, sin depender de otra cosa más que de nuestra voluntad, y la bicicleta pasó a ser una aliada indispensable en eso de movernos de forma segura, limpia y saludable, y para eso era absolutamente necesario recuperar el espacio público.
Se avanzó bastante en la idea de una ciudad para las personas, algo que se viene manifestando en el mundo desde décadas, y de eso sabe mucho Jan Gehl y hay mucho material escrito por Jane Jacobs, y muchos urbanistas modernos dispuestos a cambiar la forma de vivir en las ciudades.
Lamentablemente tuvimos que pasar por todo esto, para que la construcción de esos deseos se aceleren, y hoy estamos cosechando el fruto que esta pandemia ayudó de alguna manera a que madure, facilitando que determinados procesos comenzaran a manifestarse de forma fehaciente.
Al final del año me quedo con varias cosas que nos deja esta pandemia, el “boom” de las bicicletas, moverse solo lo necesario, el trabajo remoto y la libertad que eso nos ofrece, consumir solo lo que necesitamos, disfrutar más del hogar, estar más en contacto con la familia íntima.
Hoy arranca un nuevo año, y ya nos sentimos agobiados por la incertidumbre y con eso la ansiedad nos domina, tal como nos pasó en marzo pasado, pero ahora con la cabeza puesta en conseguir esa vacuna que nos pueda dar un respiro y desde ahí empezar a defender todo lo bueno que hemos logrado, corregir aquello que en el pasado nos hizo daño, y seguir construyendo todo aquello que sabemos va facilitar nuestras vidas.
No aflojemos, pensemos que si algo vino para quedarse es que la ciudad es de las personas y desde allí debemos reinventarnos. Esto recién comienza, es el principio de un mundo algo diferente, o al menos eso parece; no dejemos que nos arruinen los proyectos y esperanzas que como cada año nos planteamos y que nos permiten seguir nuestro camino de creación.
Cuanta razon tenes!
Me gustaMe gusta
GENIO !
Me gustaMe gusta
Muy Lindo. Saludos !!!
Me gustaMe gusta