Cuando empecé a andar en bicicleta tenía mi escala de valores bastante acotada y distorsionada, era primero mi Dios, después mi bici y yo y luego el resto. Pasó el tiempo, pasaron cosas, fui y vine muchas veces y después de pensarlo un poco decidí que era un buen momento para comprarme una cámara de video y así poder registrar todo lo que me pasaba mientras me movía en la ciudad, la vida real, y no esa fantasía que recorría mi cabeza.

Al principio gritaba mucho, insultaba a los cuatro vientos, discutía con cada persona que me cruzaba, tocaba bocina como loco, me hacía problema por todo, pero la bicicleta me fue mostrando la ciudad como ningún otro modo de transporte lo había hecho, incluso ni siquiera caminando, ayudado por la misma vivencia y secundado por mi registro “cinematográfico”.

La bicicleta me fue marcando un camino, que me costó entender, pero fui analizando cada situación, cada momento vivido y padecido, y empecé a notar que estaba adoptando conductas inapropiadas, irrespetuosas, siendo descortés, generando reacciones que en mi eran impensadas. ¿La bici estaba modificando mi personalidad? No. Solo estaba mostrándome por donde no debía ir. Eso activó mi necesidad de hacer algo al respecto, y en ese sentido lo mejor era empezar a reconstruir mi perspectiva sobre la ciudad en la que vivía, entender cuál era mi espacio, donde ubicarme frente al peatón y frente a los automovilistas y el resto del entorno, cuales eran mis derechos y mis obligaciones y que cosas ponían en riesgo mi vida frente a todo lo que me rodeaba, porque empecé a entender que no estaba solo.

Si bien supe desde un principio que empezar a andar en bicicleta iba a generarme la necesidad de aprender a moverme en el tránsito loco de la ciudad de Buenos Aires, también me inspiró a tener más empatía y respeto para con los/as más vulnerables y modificar la forma de interrelacionarme con el entorno.

La ciudad de Buenos Aires no es fácil, nunca lo fue, aunque hoy con algo más de experiencia puedo decir que casi la tengo dominada, más allá de circunstancias que exceden mi capacidad de control y eso me pone alerta todo el tiempo. Sin embargo, estar alerta no es tener miedo. Todo lo contrario, estar alerta me ayuda a mantener mi cabeza bien dentro del ecosistema urbano que muchas veces te golpea y te mantiene en funcionamiento todos los sentidos.

Desde hace algunos años que vengo luchando desde mi humilde espacio, por una ciudad más segura, limpia, saludable e inclusiva, donde todos puedan experimentar lo mismo que yo, y de esa experiencia incorporar todo lo bueno y transformar todo lo malo, porque creo que de lo malo también se aprende y de lo malo se pueden hacer cosas buenas, generar ideas y proyectos y sostener una lucha que nos permita en algún momento mejorar nuestra calidad de vida.

La experiencia es aprendizaje, no se puede concebir una cosa sin la otra, pero lo interesante de eso es buscar la mejor experiencia, la que te ayude a valorar todo aquello que no genere externalidades negativas y en ese sentido la movilidad activa viene a ocupar ese espacio. Un espacio que debemos apropiar para darle una identidad que pueda multiplicarse, porque no hay nada mejor que multiplicar lo bueno.

Yo hice camino, lo viví, lo aprendí e intenté transformarlo de tal manera de hacerlo mío, propio, en mi beneficio, y no por querer se egoísta, sino porque considero que hacerlo mío y bueno, sería igual de bueno para muchos. La bicicleta logró hasta mejorarme como automovilista y eso no es poco.

Se puede tener empatía sin importar la forma en la que te muevas, pero es muy importante empezar por movernos a escala humana para que el nivel de empatía crezca con nosotros.

Un camino diferente es el titulo de esta nota, un camino diferente es aquel que no conocemos y aprendemos a transitarlo.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s